El miedo empaña las ventanas de mis amaneceres
convierte
mi corazón en maratonista
me sigue con
fidelidad de sombra.
El miedo me
encoge
me hace
levantar murallas medievales
y construir
guaridas.
El miedo aguza
mi mirada
prepara mis
piernas
tensa mi
arco.
El miedo se
cuela sin invitación en mis sueños
cambia mis
rumbos
me detiene.
Me recuerda
con sadismo que soy mortal
que la
muerte podría acecharme en cada esquina
en el
milimétrico viaje de un dedo en un gatillo
en la mano
de algún desconocido
que
aprendió a odiarme.
El miedo
llega gota a gota y se hace tsunami
llega en variadas
presentaciones:
en 140
caracteres,
en el
testimonio agitado de un conocido
en la mala
suerte de la primera fila
en un link amarillista
del Facebook
en la
soledad de las calles
en el
caminar rápido de los transeúntes
en las miradas
alertas que se cruzan en el metro
en lo que dicen
y dejan de decir los noticieros.
Habito en
el miedo
pero el
miedo no habita en mí
lo sé con
certeza
cada vez
que lo uso para recordar de qué estoy
hecha
para
saberme humana y viva
cada vez
que lo uso para crear
para impulsar
mis pies hacia mis oasis
para apurar
la marcha hacia mis sueños
para tejer
con otros redes fuertes
capaces de defendernos
del león más fiero.
Hoy lo miro
de frente
lo llamo
por su nombre
negocio con
él algunas treguas
le escribo
un poema
lo exorcizo
lo abrazo
lo bebo
lo digiero
lo metabolizo
lo acepto
Hoy danzo
con él su danza de espasmos y temblores
en esta
obra macabra de tres actos
que, por
fortuna, terminará.
Espero
vivir para contarlo.