El asfalto
de las autopistas de mi ciudad
el asfalto
de mis días
es distinto
hoy.
Será porque
ahora lo conozco bien
porque lo
he mirado muy de cerca últimamente
ahora que he
marchado kilómetros sobre sus pixeles negros
sobre sus
insólitas incrustaciones con historia
ahora que
me he plantado durante horas en él
sentada y sin
rodar a la velocidad de la vida
o acostada
mirando el cielo en busca de señales de nube.
En ese
asfalto he estado sola y con otros
sola con una
fuerza desconocida
sola con las
certezas de lo que busco
sola con mi
silencio en medio del estruendo
sola con mi
determinación de caminarlo hasta el fin.
He estado
también con miles
de
desobedientes,
de resistentes,
de
soñadores,
de
indignados,
de jóvenes
huérfanos de futuro,
de ancianos
huérfanos de nietos,
de mujeres
madres de todos los caídos,
de hombres
sin pan sobre la mesa.
Si, ese asfalto
ahora es distinto
alberga entre
sus riberas otras historias y motivos
millones de
huellas y pasos con sentido,
con
dirección, con sueños
pasos y más
pasos, enérgicos, emocionados,
también
exhaustos, heridos, a rastras
pasos
lentos, pasos rápidos que huyen.
Es distinta
esta inmensa piel negra y larga de mi ciudad
con sus tatuajes
frescos de pintura y tiza
que hablan
de dictadura y horror,
y también de
la paz soñada,
con sus manchas
de sangre joven que ya no late ni sueña
y que la
lluvia no borrará jamás
porque en
el corazón nunca llueve.
Es
distinto, definitivamente este asfalto de mis días
conduce a
lugares prohibidos,
y suele
terminar frente feroces murallas vivientes
flanqueadas
por los únicos dueños de las armas y de los tanques
que vomitan
por los aires y contra los cuerpos todo su odio blanco.
A este
asfalto de mis días
no le puedo
fallar:
está
gestando
una flor
invencible en sus resquicios
tomando de
esa tierra negra la sangre derramada
las
lágrimas de tantos ojos agredidos por los gases
y el polvo
fértil de los millones de pasos guiados
por un sueño.
No le puedo
fallar, este es distinto.